Valentía y fortaleza ¡aceptar la realidad!
03/12/2012 | 7:24 PM
(ENEIDA CHIRINOS)
Vivir en la verdad puede parecernos una meta idealista; sin embargo, la más humilde de las acciones -el aceptar la realidad tal cual es, antes de reaccionar ante ella- nos acerca enormemente a la verdad. De hecho, aceptar la realidad es ya una manera vivir en la verdad.
Imaginemos que alguien recorriendo un camino rural llega a un abismo y descubre que el puente que allí había se ha derrumbado. A nadie se le ocurre ni quedarse allí indefinidamente lamentándose y exigiendo al gobierno que lo reconstruya; ni tampoco intentar atravesar el abismo por donde debería estar el puente y caer al vacío solo porque “no puedo aceptar que el puente no esté ahí”. Todo el mundo, tras refunfuñar un rato, comprende que debe dar un rodeo y sigue el camino.
Esto, que es tan obvio referido a esta historia, parece no serlo tanto en la mayoría de las cosas de la vida, ya que las personas sufrimos infinitamente, nos hacemos y hacemos daño, perdemos tiempo y energía tratando de forzar a la realidad para que sea como nosotros creemos que debe ser (que es “casualmente “como nos gustaría que fuera).
Las personas solemos proceder igual que en el ejemplo del puente, nos quedamos indefinidamente lamentándonos y exigiendo que se cumpla nuestra voluntad -¡Para eso tenemos razón!- e incluso tratamos de pasar por donde no se puede y fracasamos una y otra vez.
Gran parte de la confusión y el dolor lleva a la gente a preguntarse ¿cómo me puede pasar esto a mí?... ¿Por qué se comporta así? entre un sinfín de otras interrogantes, que se deriva en acciones muy parecidas al ejemplo, ya que la primera fuente de dolor y sufrimiento, es nuestra ignorancia sobre el funcionamiento de la realidad y las leyes que la rigen (lo que se denomina “dharma”).
Es imprescindible aceptar la realidad tal cual es, para a continuación elaborar una estrategia inteligente ante ella. En el caso del puente, por ejemplo, podemos buscar otro camino o ponernos a trabajar en su reconstrucción, pero sólo después de haber aceptado que ya no está y, por supuesto, sin negar este hecho ni precipitarnos al abismo sólo porque allí debería estar el puente.
Aceptar la realidad no es negarse a transformarla (esto es muy importante entenderlo), aceptar la realidad es la única forma de transformarla eficientemente, ya que de lo contrario no conoceremos adecuadamente qué es lo que estamos transformando. Además, sólo
“transformaremos” en el caso que veamos que ésta es la mejor opción, cosa que sólo podremos decidir adecuadamente si no reaccionamos visceralmente queriendo transformar antes de comprender.
Así tenemos, que el que decidió cambiar su camino al descubrir el puente caído, le sucedió que a causa de este imprevisto se encontró con personas y le pasaron cosas que fueron muy beneficiosas para él, y que no le hubieran pasado si hubiera seguido el camino que tenía previsto. Cosas similares podrían sucederle a aquel que se quedó a reconstruir el puente, y esto es así, porque muchas veces la suerte elige estos imprevistos para enriquecer nuestra vida y nuestras oportunidades.
No nos precipitemos, pues actuar de modo irreflexivo bajo la falsa concepción de que actuar es siempre lo mejor, porque de lo contrario podríamos ser unos “pasivos”, aceptemos previamente que, aquí y ahora, las cosas son tal y como son, nos guste más o nos guste menos, debiera o no debiera ser así, sea justo o injusto, entre otros, y después permitamos a nuestra sabiduría, a nuestro buen juicio y a nuestra intuición, elegir el camino más provechoso, sea éste una decidida acción transformadora o sea el camino de la no-acción. De este modo, fluiremos armoniosamente con el concierto universal y veremos como todo va encajando. Además, descubriremos asombrados cómo muchas veces lo que parecía malo termina siendo lo mejor, y lo que creíamos que era un inconveniente termina siendo de gran beneficio, pero sobre todo veremos despertar en nosotros la certeza de que esta actitud es infinitamente más madura y acertada que la anterior, e inclusive recordaremos como una pesadilla de ansiedad y confusión, a épocas anteriores cuando reaccionábamos visceralmente ante todo, aunque por entonces creíamos actuar correctamente y ser personas activas y con “empuje”.
La reflexión para este artículo es la Oración por la Serenidad: “Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar; Valor para cambiar las cosas que puedo; y Sabiduría para conocer la diferencia. Viviendo un día a la vez; disfrutando un momento a la vez; aceptando dificultades como el camino a la paz”.
jemyrsch@gmail.com
jemyrsch@hotmail.com
Vivir en la verdad puede parecernos una meta idealista; sin embargo, la más humilde de las acciones -el aceptar la realidad tal cual es, antes de reaccionar ante ella- nos acerca enormemente a la verdad. De hecho, aceptar la realidad es ya una manera vivir en la verdad.
Imaginemos que alguien recorriendo un camino rural llega a un abismo y descubre que el puente que allí había se ha derrumbado. A nadie se le ocurre ni quedarse allí indefinidamente lamentándose y exigiendo al gobierno que lo reconstruya; ni tampoco intentar atravesar el abismo por donde debería estar el puente y caer al vacío solo porque “no puedo aceptar que el puente no esté ahí”. Todo el mundo, tras refunfuñar un rato, comprende que debe dar un rodeo y sigue el camino.
Esto, que es tan obvio referido a esta historia, parece no serlo tanto en la mayoría de las cosas de la vida, ya que las personas sufrimos infinitamente, nos hacemos y hacemos daño, perdemos tiempo y energía tratando de forzar a la realidad para que sea como nosotros creemos que debe ser (que es “casualmente “como nos gustaría que fuera).
Las personas solemos proceder igual que en el ejemplo del puente, nos quedamos indefinidamente lamentándonos y exigiendo que se cumpla nuestra voluntad -¡Para eso tenemos razón!- e incluso tratamos de pasar por donde no se puede y fracasamos una y otra vez.
Gran parte de la confusión y el dolor lleva a la gente a preguntarse ¿cómo me puede pasar esto a mí?... ¿Por qué se comporta así? entre un sinfín de otras interrogantes, que se deriva en acciones muy parecidas al ejemplo, ya que la primera fuente de dolor y sufrimiento, es nuestra ignorancia sobre el funcionamiento de la realidad y las leyes que la rigen (lo que se denomina “dharma”).
Es imprescindible aceptar la realidad tal cual es, para a continuación elaborar una estrategia inteligente ante ella. En el caso del puente, por ejemplo, podemos buscar otro camino o ponernos a trabajar en su reconstrucción, pero sólo después de haber aceptado que ya no está y, por supuesto, sin negar este hecho ni precipitarnos al abismo sólo porque allí debería estar el puente.
Aceptar la realidad no es negarse a transformarla (esto es muy importante entenderlo), aceptar la realidad es la única forma de transformarla eficientemente, ya que de lo contrario no conoceremos adecuadamente qué es lo que estamos transformando. Además, sólo
“transformaremos” en el caso que veamos que ésta es la mejor opción, cosa que sólo podremos decidir adecuadamente si no reaccionamos visceralmente queriendo transformar antes de comprender.
Así tenemos, que el que decidió cambiar su camino al descubrir el puente caído, le sucedió que a causa de este imprevisto se encontró con personas y le pasaron cosas que fueron muy beneficiosas para él, y que no le hubieran pasado si hubiera seguido el camino que tenía previsto. Cosas similares podrían sucederle a aquel que se quedó a reconstruir el puente, y esto es así, porque muchas veces la suerte elige estos imprevistos para enriquecer nuestra vida y nuestras oportunidades.
No nos precipitemos, pues actuar de modo irreflexivo bajo la falsa concepción de que actuar es siempre lo mejor, porque de lo contrario podríamos ser unos “pasivos”, aceptemos previamente que, aquí y ahora, las cosas son tal y como son, nos guste más o nos guste menos, debiera o no debiera ser así, sea justo o injusto, entre otros, y después permitamos a nuestra sabiduría, a nuestro buen juicio y a nuestra intuición, elegir el camino más provechoso, sea éste una decidida acción transformadora o sea el camino de la no-acción. De este modo, fluiremos armoniosamente con el concierto universal y veremos como todo va encajando. Además, descubriremos asombrados cómo muchas veces lo que parecía malo termina siendo lo mejor, y lo que creíamos que era un inconveniente termina siendo de gran beneficio, pero sobre todo veremos despertar en nosotros la certeza de que esta actitud es infinitamente más madura y acertada que la anterior, e inclusive recordaremos como una pesadilla de ansiedad y confusión, a épocas anteriores cuando reaccionábamos visceralmente ante todo, aunque por entonces creíamos actuar correctamente y ser personas activas y con “empuje”.
La reflexión para este artículo es la Oración por la Serenidad: “Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar; Valor para cambiar las cosas que puedo; y Sabiduría para conocer la diferencia. Viviendo un día a la vez; disfrutando un momento a la vez; aceptando dificultades como el camino a la paz”.
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