“Aquí y Ahora”
Chirinos, Eneida.
Inteligencia y gestión emocional en el aula.
Al abordar la concepción de la inteligencia emocional, es indudable destacar la notable contribución de Daniel, Goleman (1996); determinando los elementos claves que la constituyen, entre los que están la confianza, curiosidad, autocontrol, autoestima, la capacidad de comunicación y la habilidad para cooperar. Así mismo, explica que el proceso de “alfabetización emocional” para adquirir estas habilidades emotivas comienza desde muy temprana edad, y permite establecer que los niños pueden desarrollar, una amplia gama de habilidades sociales y emocionales cuando reciben suficiente aprobación y estímulo, de los padres y docentes, reafirmando sus propias destrezas, animados a asumir pequeños desafíos y a ver la vida con optimismo.
Este planteamiento induce, la posibilidad de gestionar la inteligencia emocional, en el ámbito educativo, estableciendo que el “aprender” no debe circunscribirse a las habilidades lógico matemáticas y lingüísticas, sino a otras habilidades que promuevan la interacción social consensuada y armónica, esta premisa presupone que el aprendizaje de las emociones, es una actividad en la que se comparten los roles, entre el que enseña, lo que enseña y evidentemente con quien lo aprende, teniendo como referente que se aspira lograr un objetivo o una meta.
En este sentido, en la cotidianidad del trabajo en el aula, los docentes enfrentan situaciones que requieren competencias de orden gerencial relacionadas con planificación, liderazgo, organización, control, evaluación, motivación, y coordinación entre otras, estas actividades lo ubican estratégicamente en la dimensión de gestionar el conocimiento, centrado en las habilidades verbales, lógico matemáticas, y las emociones con la inteligencia emocional.
La tarea de educar, es concebida por Maturana y Nizis. (1997) como la formación de los seres humanos para el presente, para cualquier presente, en los que cualquier ser humano, pueda confiar y respetar, seres capaces de pensarlo todo y hacer de él lo que se requiera, como un acto responsable desde su conciencia social. Plantea además que, una emoción, es un modo de vivir, una clase de conducta relacionada entre seres vivos, la emoción como aspecto de la realización del convivir como fenómeno biológico, no es un sentimiento, no es una virtud, ni una recomendación para vivir mejor. Por lo que el amor como expresión de la emoción constituye, y fortalece la convivencia.
Es necesario señalar que, las interacciones, que promueven el fortalecimiento de las relaciones interpersonales en el contexto escolar, se suscitan en su mayoría en el aula, y es que ésta constituye en sí misma una organización social, afirmación sustentada por Rodríguez, (1996) como “ una unidad organizacional micro del sistema educativo, y es allí donde se gesta el más significativo acto de desarrollo personal y social de nuestro gentilicio: el acto educativo” (p.140).
Por lo tanto, las aulas de clase, al ser consideradas como organizaciones, son susceptibles de ser administradas, gestionadas y/o gerenciadas, porque precisamente, es en éste espacio vital donde las emociones impregnan las relaciones interpersonales, entre los docentes y los alumnos en dos dimensiones alumno-alumno y docente-alumno, en un continuo infinito que devienen en la consolidación de los progresos académicos, personales, sociales, morales y éticos que no deben considerarse como una casualidad, sino que éstas se establecen de acuerdo con los rasgos que caracterizan el perfil de los alumnos egresados del nivel de educación básica.
De la argumentación anterior, se sustenta que la ausencia de los indicadores de la inteligencia emocional, se debe a que en las aulas no se están propiciando actividades conducentes al conocimiento y manejo de las emociones, los docentes se han centrado en la dimensión cuantitativa de los contenidos conceptuales y procedimentales, descuidando los actitudinales, que son los que permiten evidenciar el componente afectivo y conductual de la interrelación armónica en el ámbito escolar, por lo tanto, cuando la relación interpersonal no se da en términos de afectividad, ocasiona consecuencias serias.
Por su parte, la perturbación emocional constante puede crear carencias en las capacidades intelectuales de los niños, deteriorando su posibilidad de aprender. En el contexto escolar, no es difícil identificar a alumnos con estos problemas, por lo general, éstos niños presentan las siguientes características: son agitados, impulsivos, ansiosos, a menudo alborotadores y conflictivos tienden a evitar el contacto con otros, en el aula o recesos, se relacionan solo con otros niños abandonados, descuidados y desinteresados, que tampoco tienen muchos compañeros, les cuesta establecer conversaciones o trato con los que comparten diariamente, generalmente son los menos populares, pesimistas y conflictivos, ven el fracaso y el rechazo como un defecto personal.
De lo expuesto anteriormente, se deriva la reflexión, acerca de la enseñanza en el nivel de escuela básica y el valor de la inteligencia emocional. A riesgo de generalizar, tan concentrados están los docentes, en el desarrollo de las habilidades lingüístico-matemáticas, que olvidan o desfavorecen la inteligencia emocional como parte de currículo básico nacional. Esta situación puede ser una de las que conlleva a ocasionar comportamientos agresivos entre los alumnos, es fácil “desconectarse” de la enseñanza de la inteligencia emocional, que es abstracta e imposible medir con literales.
En este sentido, Morles, (1995). Argumenta que un “sistema educativo no debe basarse exclusivamente en el suministro de información, por más común en los sistemas tradicionales” (p. 110). Esto permite inferir que hasta ahora la educación debería tener la misión trascendental e ineludible de encauzar sus esfuerzos y acciones hacia el desarrollo de habilidades emocionalmente significativas como la empatía, sensibilidad social, seguridad y confianza en sí mismo, que le permitan a los alumnos interrelacionarse armónica y efectivamente en el ámbito natural y social.
En síntesis, se trata de diferenciar estas habilidades, y complementarlas con el desarrollo integral del alumno, en este sentido reconocer, la racionalidad intelectual en la inteligencia académica centrada en el conocimiento, en las destrezas y habilidades para el desempeño de una determinada actividad, en conjunta relación con la inteligencia emocional, a fin de proporcionar habilidades socio afectivas cimentadas en el conocimiento de si mismo, la autoestima y empatía para enfrentar la vida con sus fracasos, oportunidades, éxitos y debilidades.
Referencias Bibliográficas:
Maturana y Nizis. (1997). Formación humana y capacitación. Santiago de Chile: UNICEF. Dolmen Ediciones S.A.
Morles, A (1995). La Educación ante las demandas de la sociedad del futuro. Investigación y Postgrado, 10 (1), 101-143.
Rodríguez, Jesús. (1996). Gerencia de aula. Una alternativa vital para la educación en tiempos de crisis. Paradigma, Volúmenes XIV al XVII, 135-166.
Goleman, D.(1996). La Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós.
Chirinos Arcaya, Eneida C. Dirección electrónica. Jemyrsch@hot mail.com Licenciado en Educación Integral. Mención Ciencias Sociales. Universidad Nacional Abierta (1992). Licenciado en Educación Integral. Mención: Lengua. Universidad Nacional Abierta (1994). Magíster en Gerencia. Mención: Gestión Educativa. Universidad Bicentenaria de Aragua. (1999). Doctora en Ciencias de la Educación. Universidad Santa María (2005), Actualmente se desempeña como Docente de Aula en la Escuela Básica “Juan Guillermo Iribarren” del Municipio Araure en el Estado Portuguesa. Autora de publicaciones en la Revista CANDIDUS; y en las Columnas “Aquí y Ahora” y ¡Ponte las pilas! ¿Preguntas? ... y Respuestas en el Diario Ultima Hora.
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